El camino del guerrero.
Siento una extraña fascinación por las armas blancas, no podría
decir bien desde cuándo pero desde muy pequeña los cuchillos, espadas, katanas,
navajas etc. llamaban mi atención y curiosidad. Así también es como a lo largo
de mi vida me he cortado innumerables veces, para alteración de mi madre quien
en contraparte tiene un pánico irracional hacia los cuchillos. No en serio, a
la hora de cenar si dejas tu cuchillo en la mesa apuntando a ella se inquieta,
es como un tic.
Tengo un amigo el cual adora con pasión las armas de fuego,
su sueño es tener un rifle y la puntería de Hawkaye, si no fuera porque tiene
una miopía de Mister Magoo.
En lo personal no soy muy afán de los juegos shooters por
ese mismo motivo, de hecho las veces que he jugado siempre me mando al frente
con tan solo el cuchillo de respaldo y granadas, el campeo o el sigilo no es mi
estilo, de hecho tengo la sutileza de Lady Gaga.
Amo las katanas, siento debilidad por ella. Uno de mis
sueños es viajar a Japón, ir a una montaña donde un sabio maestro me entrene y
luego juntos fabriquemos mi propia espada a la manera tradicional, calentando
el acero y dándole forma a martillazos, todo un deleite.
Me da la sensación de que teniendo la katana en mano es un
recordatorio permanente de la responsabilidad que estas cargando, no sé si se sentirá
lo mismo con un arma de fuego, por lo general (sin ofender a nadie eh) pero he
notado que quienes portan pistolas, rifles etc, suelen impregnarse de una sensación
de omnipotencia, de superioridad, y porque no también de irresponsabilidad.
Como diría Homero Simpson: “Por qué tener cuidado si tengo una pistola?”
Las armas de fuego están diseñadas para matar a distancia,
la muerte y el sufrimiento es casi tan impersonal como el disparo mismo, pero
con la katana eso no pasa, estas a centímetros de la otra persona, puedes verlo
y sentirlo, no hay escapatoria para eso.
Suele escucharse en las noticias: “Se le escapo un tiro y lo
mato por accidente”…yo no he escuchado nunca decir “Se le escapo un corte” Si
me dicen que lo corto por accidente lo primero que pienso es que casi seguro
estaban actuando de manera irresponsable, siendo que tenían un cuchillo. Pareciera como si la responsabilidad recayera
sobre el arma en sí misma y no sobre quien la porta, que es el supuesto ser
pensante.
Por eso admiro las técnicas orientales como el iaido, el
kendo o el aikido entre otras, porque no apuntan a enseñar como dañar a otros,
no incitan a pelear, sino que primeramente te dicen como debes dominar la
mente, las emociones, para evitar ser dominado. Disciplinarte para estar centrado,
tener autocontrol en todos los aspectos de tu vida.
Después de todo si lo pensamos bien, cualquier cosa puede
ser un arma, hasta un inofensivo lápiz puede ser letal si quien lo porta se
deja llevar por la ira. Incluso las palabras son más hirientes que cualquier
filo, pues penetran hasta la profundidad del alma y dejan heridas que no
siempre son capaces de sanar.
La katana está ahí, tiene su peso, ocupa su espacio y tiene
temperamento , citando a Kurogane: “Una espada no elige a su oponente, puede
dañarte a ti mismo o incluso a lo que deseas proteger” es como un espejo el
cual nos muestra que el verdadero entrenamiento es interior, que la lección no
es aprender a lastimar a otros sino todo lo contrario, que pelear, herir o
matar es muy sencillo, lo difícil es no hacerlo, es saber perdonar o saber
entender, es hallar otros caminos más pacíficos para resolver las cosas. Hoy
las personas parecen haberse olvidado de ese detalle, si tan solo recorrieran
el camino del samurái, entenderían que la responsabilidad está en ellos y no
afuera en algún lado.
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